VaeVieni - Galería Mar Dulce
Va e vieni – Julián Pesce – Galería Mar DulcePasé el confinamiento con el ojo puesto en la iglesia de enfrente. Los tilos me ocultaron sus vitrales y luego los volvieron a mostrar: así supe del paso de las estaciones. Para esquivar la monotonía busqué otras ventanas. Entonces di con las acuarelas de Julián Pesce, con su disciplina dulce para tender la ropa de nuevo, una vez más, sobre el papel.
La ropa se usa y ensucia, se limpia, se cuelga, se seca. El mundo la seca con su indiferencia. Los días se parecen entre sí, sin repetirse. La rutina también. Cambian las prendas, aunque tal vez no todas. La mirada se afila, se ajusta. Los detalles se afinan. Un trazo puede ser calza o camisón. El ejercicio pictórico busca la calma automática del trabajo doméstico: nunca titubea quien se estira para buscar un broche más en la palangana. Muda la jornada y así fluye el proceso. La serie crece con cada lavado. Es el rigor blando de los métodos artísticos puros, de los respetos curiosos.
Ahí, predecible, se escurre el agua de los tejidos; aquí toma color para despegar el jean azul de la hoja blanca o mezclar fortuitamente una frazada y un pañuelo. Produce volúmenes y texturas en el pequeño vacío, como si se jugara a tensionar el minimalismo. Brotan las formas y con ellas emergen dos semblantes de lo cotidiano. Por un lado, la vestimenta solitaria cuelga a la espera de su dueño—alguien vive detrás, ese pantalón se ajusta a un muslo en particular. Por el otro, el ritual del tender y el sol y la gravedad se multiplica en una tropelía de terrazas y patios y balcones de la ciudad y las ciudades—las huestes de la gente vestida, los muslos por millones.
Entonces regresamos a lo simple. Un par de prendas colgadas sobre la nada. Contemplamos con liviandad y consideramos lo minúsculo de la última vez que el aroma del suavizante lo inundó todo o cuando desplegamos con meticulosidad un pullover para evitar molestas arrugas. Vamos y volvemos. Más allá del blanco flota una continuidad de hogares y barrios extendidos por nuestra memoria. En las acuarelas de Julián Pesce penden juntos los atuendos inabarcables que nos acompañan y los olvidados, los que desestimamos por ordinarios, vestigios naturalizados, pátinas de la costumbre que hoy oscilan fugaces. Un mismo hilo invisible reúne las sábanas frente a su taller, los repasadores que tenía mi bobe en el balcón-lavadero en Urquiza, unos calzones largos en un film de Monicelli del 58, ciertos cueros estirados en San Pedro en una litografía de Emeric Essex Vidal a comienzos del siglo XIX.
La ropa colgada se mece ahora en la galería. Estática y volátil, intermedio de un recorrido mayor—del flujo de los días, del irrefrenable roce entre los deberes y los deseos, de la mirada restringida que igual pasea: va e vieni.
Eric Barenboim
Noviembre, 2021










